El pasado jueves se daban varias circunstancias que presagiaban que dicho día no pasaría a la historia de mi existencia como una fecha reseñable. Se fueron los fríos tempranos del otoño pero llegaron las lluvias templadas. Cuando uno se encuentra en casa, en una tarde lluviosa, arropado por su música, sus lecturas o simplemente viéndolas venir, le cuesta decidirse a llamar a un amigo para acudir a algún evento interesante que lo saque de su monotonía. En este caso reuní las fuerzas y las ganas necesarias y llamé a mi querido amigo Santi para apuntarme al plan que hubiera. Había dos opciones interesantes, por un lado tocaba el estupendo guitarrista de jazz Bill Frisell en la sociedad filarmónica de Bilbao y por otro actuaba el sempiterno trovador neoyorkino Elliot Murphy en el Kafe Antzokia. En principio, mi intención era la de inclinar la balanza por el rubio de Long Island, pero el plan era ver un concierto de jazz en un sitio tranquilo. Cuando decides salir de la cueva y te pones en marcha, el tráfico pesado de las ocho de la noche envuelto en lluvia y la dificultad extrema para encontrar un hueco libre para tu batmovil en la capital vizcaína, hacen que desees que esa maldita llamada nunca se hubiera producido. Para darle la razón al otro Murphy, al llegar al lugar te das cuenta de que el concierto era a las ocho y no a las ocho y media. De repente allí te encuentras, a las puertas del garito, lloviendo, rodeado de bares repletos de futboleros impenitentes y con un concierto empezado hace más de cuarenta minutos. La solución es clara, o te vas a casa rumiando tu mala suerte o modificas tu agenda y decides asistir al concierto que comienza a las nueve y media. Ya metidos en harina, con el coche aparcado y con futbol + cañita en los bares hasta las nueve, la opción del trovador norteamericano toma forma.
Elliot Murphy es un animal de escenario, como el mismo comenta, se encuentra casi siempre de gira y no es difícil verle por estos lares. Vive en Paris desde hace más de veinte años, por lo que gira por el viejo continente más que por ningún otro sitio. Puede vérsele en solitario o acompañado por su compadre desde 1997, el virtuoso guitarrista Olivier Durand. Por cierto, en ese formato le podremos ver en el palacio Euskalduna el 17 de enero del próximo año, fecha confirmada. En esta ocasión venía con su banda habitual, los franceses The Normandy All Stars. En una sala casi llena, últimamente el concepto de lleno en el Kafe Antzokia está muy devaluado, comenzó el concierto sobre las diez menos cuarto de la noche. Ya desde sus primeros temas, pudimos comprobar como Murphy y sus secuaces estaban enchufadísimos y en una forma excelente. Sin duda el rubio de la gran manzana sabe como emocionar y entretener al respetable con un vasto y solido repertorio de sus casi 30 años de carrera. Si en el último post os comentaba que en el caso de Billy Bragg este bebía de las fuentes de The Clash más que de Dylan, para Elliot la cosa está clara, el de Minnesota es un espejo donde mirarse y una fuente de inspiración. Su voz incluso, cada vez mas más rota con el paso del tiempo, se va modulando y pareciendo poco a poco a la del judío converso. Es muy difícil detallar el setlist de un concierto de dos horas y media en el que en muchos momentos planean la improvisación y la complicidad con el público. Tan solo mencionar que no faltaron clásicos de la talla de Sonny, Green River, Pneumonia Alley, On Elvis Presley’s Birthday o Diamonds by the Yard, todos ellos interpretados magníficamente por la banda. A pesar de tratarse de un formato básico de rock, que tanto Olivier Durand y el propio Murphy tocasen durante todo el concierto con guitarras acústicas Taylor, le dio un carácter unplugged a todo el conjunto. Si bien es cierto que el hacha francés se electrificaba en muchos solos o cuando hacia slide. La banda, aparte de los dos citados, la componían Alan Fatras a la batería y Laurent Pardo al bajo y en dos temas intervino una chica de por estos lares, supongo que amiga de Murphy, a la que no tengo el gusto de conocer. Tras casi dos horas llegaron los bises, en los que Murphy interpretó varias canciones completamente desenchufado, apelando al silencio del público para hacerse escuchar, cosa difícil cuando hay gente que ni siquiera se calla con el volumen a tope, dando la sensación de que vienen a las actuaciones en directo para hacer vida social. Quizás esta última parte fue la más floja de la noche, quedando un poco forzada y deslavazada.
Lo cierto es que Murphy sobre un escenario se encuentra en su salsa. Su alma de poeta y trovador de club se encuentra cómoda en esta tesitura y sin duda su entusiasmo se trasmite al público. Así, me fui feliz a casa, los hados habían querido que asistiese a un gran concierto de música rock con raíces, de esas que germinaron dentro de mí hace mucho tiempo y que de vez en cuando necesitan ser regadas por músicos como Elliot Murphy.
domingo, 25 de octubre de 2009
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3 comentarios:
Tuviste más suerte que yo. Yo quería llegar a Bill Frisell y/o Elliot Murphy y al final ni uno ni otro. Mi reino por unas horitas de asueto!!!!!
Por lo que cuentas, el Murphy se lo montó de muerte. Su fiel escudero Olivier Durand es un fenómeno como bien apuntas.
Un bolo fantástico.
y los que salen de casa para hacer vida social que se vayan a bailar al Garden, joder!!!!
Saludos Paisano
Buenísima crónica, compañero!
Veo que nos perdimos un gran bolo aquí en Oviedo. Nosotros, lo vimos el año pasado y dió un gran recital y tienes razón en reivindicar un guitarrista como Durand que es una auténtica fiera. Habéis acertado en la elección, sin duda.
Otra vez será.
Lo cierto es que fue una gran noche, de esas que te vas con una sonrisa para casa...que emocionante es la música en directo ¿verdad?...así da gusto con tipos como este elliot...
Gracias por vuestros comentarios...
Saludos.
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