Hace unos días os hablaba de una película francesa que me había parecido estupenda, titulada El Primer Día Del Resto De Tu Vida (Le Premier Jour Du Reste De Ta Vie, 2008). El filme hacía hincapié en esos hechos puntuales que ocurren en la vida de uno y que suponen un punto de inflexión en la misma. El que más o el que menos ha tenido, de acuerdo con su experiencia vital, determinados momentos en los que su vida ha sufrido un cambio radical o ha tomado un camino no previsto. Como sabréis bien los que de vez en cuando visitáis este blog, aquí trato temas relacionados con la música, el cine o los libros que me gustan, no se trata ni de un diario personal ni de un escaparate donde reflejar mis reflexiones íntimas. Sin embargo, a veces es difícil hablar de ciertos artistas sin añadir vivencias personales, ya que estos son en cierta forma culpables de lo que fui, de lo que soy y posiblemente de lo que seré. Eso es lo que me ocurre cuando me enfrento a un papel en blanco y pretendo escribir algo sobre The Who, un grupo que ha conformado la banda sonora de mi vida en los cruciales momentos en los que un muchacho se quiere convertir en un hombre.
Aquel curso del 88 supuso algo más que intentar acabar el bachillerato en un pueblo obrero de Bizkaia. Aquel curso supuso adentrarme a través de The Who en uno de los movimientos culturales más importantes del pasado siglo, el rock and roll. Para ser sincero, he de decir que no descubrí la música rock con The Who, tan solo creía que lo único que había que descubrir en ese
estilo era quién estaba esa semana de número uno en los cuarenta principales o si los Dire Straits habían sacado nuevo disco. Devoraba los discos grabados en cinta de Mike Oldfield y Pink Floyd que me dejaba un primo mayor que yo y pensaba que los U2 estaban a la vanguardia de todo. Lo cierto, es que en mi casa no hubo nunca una cultura rockera, más bien todo lo contrario, y tampoco tuve hermanos mayores que me guiaran por “el buen camino”. Lo más transgresivo que hacía era escuchar en la mini cadena portátil de “Po” un batiburrillo de Chichos, Rap, Disco, Kortatu o la Polla Records cuando estábamos en los soportales de mi barrio. Pero aquel curso apareció mi ángel de la guarda musical en forma de tripitidor, sentado al fondo de la clase y vestido con una hermosa chaqueta tres cuartos verde. La atracción que tuve desde el principio por aquella figura fue tremenda. No solo por el hecho de ser dos años mayor que yo, que en esas edades parece un mundo, o por tener cierto aire de superioridad sobre el resto. Aquella forma de vestir - Levi’s 501, camisa abrochada hasta el último botón, botines y sobre todo aquella chupa de militar - era algo que nunca había visto en aquel instituto. Incluso aquel archivador - estampado con fotos de grupos desconocidos para mí - me intrigaba sobremanera. No eran los grupos punk o heavies al uso, o los grandes iconos del, como se le denomina ahora, hype de la época. No tardé mucho en ir cambiándome de sitio en clase y acercarme poco a poco a David, que así se llamaba el tipo en cuestión. En cuanto tuve la ocasión empecé a conversar con él, primero tímidamente, ya sabéis cosas de clase, que si fulanito tal, que si menganito cual. Sin embargo, en cuanto se me presentó la ocasión le empecé a preguntar por aquellos afiches desconocidos que paseaba con orgullo por los pasillos. Aquí fue d
onde el tipo se soltó conmigo, con un deseo irrefrenable de darme a conocer todo aquel universo al que estaba adscrito. Así nació para mí la palabra mod, una tribu urbana que reivindicaba la cultura pop de los años sesenta a través de la música, la moda y el arte. Pero para David tan solo era el deseo de formar parte de un colectivo, de algo que remarcara su individualidad y canalizara toda la energía inconformista que bullía en su interior. Todas esas historias de grupos de jóvenes que se peleaban en las playas de Brighton, esas bandas que actuaban en clubs como Marquee y las Lambrettas entraron a formar parte de mi imaginería personal. Para mí los mods significaban la lucha de la juventud de la clase trabajadora por demostrar que ellos también podían ser los mejor vestidos, los que escuchaban la mejor música y los que más se divertían en una sociedad tan clasista como la inglesa de los años sesenta. Una juventud llena de frustraciones, de clichés impuestos que asfixiaban como un corsé y que buscaban el hedonismo sobre todas las cosas. Si bien era el modern jazz o el r&b la música oficial del movimiento, eran grupos como The Who, Small Faces, The Creation o The Kinks los que expresaban mejor que nadie esa ira, ejerciendo como válvula de escape de toda aquella rabia. A partir de aquel momento me sumergí en la cultura rock de los años sesenta y me preocupé en buscar más allá de lo que nos mostraban las radio fórmulas y los medios de comunicación estándar. Aquí nació mi amor profundo y sincero por el rock and roll. Un amor lleno de evoluciones y contradicciones, pero amor al fin y al cabo.
Lo que comenzó siendo un post sobre los Who ha terminado siendo un pequeño homenaje al grupo que me abrió las puertas del universo del rock. Un pequeño recordatorio a la chispa que hizo estallar los muros de mi propio conocimiento musical. Ese fue mi punto de inflexión en aquel curso del 88. A partir de aquel momento, la música rock ha corrido por mis venas como la anfetamina lo hizo por las venas de aquellos jóvenes allá por el 64.



























